Dice la leyenda que la lanza Longinos hirió a Jesucristo cuando
estaba en la cruz y que, en su asta, tenía un clavo supuestamente
utilizado en la crucifixión.
Y, dice la tradición, que esta lanza se convirtió en un
poderosos talisman para quienes la habían poseído: Constantino
el Grande, primer emperador cristiano de Roma; el rey franco Carlos
Martel, que expulsó a los árabes en el siglo VIII; Carlomagno
y el emperador Federico Barbarroja.
La historia fascinó a Hitler que en 1938, cuando anexionó
Austria al Tercer Reich, acudió al Museo Holfburg para reclamar
la lanza y trasladarla a Nuremberg, donde la hizo colocar en una
iglesia que convistió en un santuario nazi.
Cuando años después los aliados bombardearon la ciudad, hizo
esconderla en una bóveda que había construido en el castillo de
Nuremberg. Al final de la guerra la lanza fue devuelta a Austria.
Pero, ¿era la auténtica lanza que había atravesado el costado
de Cristo, o lo era una de las otras tres que había diseminadas
por Europa: en el Vaticano, en Paris y en Polonia?
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