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Un sabio provocador:

     Diógenes de Sinope, uno de los filósofos más importantes de la escuela cínica, afirmaba que el sabio debía librarse de sus deseos y necesidades. Por ello, caminaba siempre descalzo, sólo poseía la túnica que llevaba puesta y dormía en un tonel o en los pórticos de los templos.

     Alejandro Magno decidió visitar a Diógenes y lo encontró tumbado al sol, absorto en sus pensamientos. El poderoso conquistador le preguntó si deseaba algo que él pudiera concederle. Diógenes alzó la vista y le contestó: "Sí, que te apartes y no me tapes el sol". Los miembros de la comitiva comenzaron a burlarse del filósofo, pero éste los ignoró. Las risas de los cortesanos cesaron cuando el rey afirmó: "Si no fuera Alejandro, quisiera ser Diógenes".

     En una ocasión el filósofo vio a un niño que bebía agua con las manos y, apesadumbrado, reconoció que el muchacho le había echo ver que aún poseía muchas cosas de las que podía prescindir. Inmediatamente cogió la escudilla que utilizaba para beber y la tiró.

     Su colega Zenón de Elea, contrario a las teorías de los cínicos, defendía que el movimiento era imposible. Diógenes acudió a una de las lecciones y, en mitad de ella, se levantó de su asiento, se puso a caminar y afirmó: "El movimiento se demuestra andando".

     Diógenes sentía un gran desprecio por la humanidad, hasta el punto de que un día recorrió las calles de Atenas con una linterna mientras anunciaba: "Busco un hombre".

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