El
tiempo de los diádocos:
La muerte prematura de Alejandro dejó un edificio en construcción ,que
sólo él acaso habría podido completar y afianzar. De su primera mujer
bactriana Roxana, nacería un hijo póstumo, Alejandro (IV), a quien los
ambiciosos sucesores de su padre, los diádocos, no le darían oportunidad
ni de traspasar la pubertad. Tampoco el hijo bastardo de Filipo, Arrideo,
un oligofrénico manipulado, pudo recoger la herencia de su hermanastro.
Inevitablemente, aquel vasto imperio lañado con la espada del último
Argéada se desharía en jirones sorteados, disputados y pasados de mano
en mano entre sus principales generales, quienes desde el primer momento
excluyeron del reparto a los persas, llamados por el conquistador a un
gobierno conjunto con los macedonios. Doble traición, así pues, al
espíritu de Alejandro y prevalencia de las fuerzas centrífugas que
darían esa variedad tan notable al mapa político del helenismo.
El acuerdo de Babilonia (323 a.C.), que fue un reparto de poderes so
pretexto de regencia, dejó a Europa en manos del viejo Antípatro, que
había permanecido en Macedonia como virrey, y a las satrapías
asiáticas bajo el mando de diversos gobernantes (Tolomeo Lago,
Lisímaco, Antígono, Eumenes, etcétera), tosos ellos sujetos
teóricamente a las órdenes de Perdicas, el primero en la jerarquía (quiliarca)
tras la muerte de Hefestión en el 324. Los esfuerzos unificadores y las
ambiciones monárquicas de Perdicas se estrellaron contra la oposición
de los otros diadocos, y el quiliarca cayó muerto en una desafortunada
expedición contra Tolomeo, sátrapa de Egipto.
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"Es
hermoso vivir con valor y morir dejando tras de sí fama
imperecedera."
ALEJANDRO
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La conferencia de Triparadisos (321), en Siria, trató por segunda vez
de insumir un principio de orden en las cada vez más abiertas
diferencias de los caudillos macedonios, respetando sobre el papel los
derechos de los herederos legítimos a la corona, Arrideo y, sobre todo,
el pequeño Alejandro. Tras la desaparición de Perdicas y Cratero -este
último había sido elegido tutor de los príncipes-, la máxima
autoridad recayó en Antípatro, cuya muerte en el 319 creó otro vacío
que daría pábulo a nuevas complicaciones y enfrentamientos. En
macedonia y Grecia se encendió la lucha sin cuartel entre Casandro,
hijo preterido del antiguo virrey, y Poliperconte, nombrado por
Antípatro guardián de los infantes. En Asia emergió con tremenda
fuerza la figura de Antígono Monoftalmo (el Tuerto), gobernador de la
Gran Frigia, que en poco tiempo se adueñó de todos los dominios
orientales (315), con excepción de Egipto.
Contra Antígono se formó lógicamente una nueva coalición, al igual
que ocurriera frente a Perdicas, integrada por los otros diadocos
amenazados por las aspiraciones unitaristas de aquél: Casabdro, que se
había hecho con el control de Macedonia y buena parte de Grecia;
Lisímaco, dueño de Tracia; Seleuco, expulsado de su satrapía de
Babilonia por el Tuerto y Tolomeo, firmemente establecido en
Egipto. Aunque Seleuco consiguió recuperar Babilonia (312-11) y afirmar
su poder en el Irán, los dominios de Antígono siguieron siendo enormes
y neurálgicos, comprendiendo todo Asia Menor y Siria hasta el Eufrates,
y aún se extendieron por las islas del Egeo gracias al empeño
talasocrático de su hijo, Demetrio Poliocetes (el Sitiador), un
auténtico condottiero muy al estilo de la época. A éste le
llegó incluso a abrir las puertas Atenas, que, como la mayoría de las
poleis griegas, se había convertido en un juguete de los nuevos actores
de la política internacional.
Tras el asesinato del pequeño Alejandro (IV) y Roxana por Casandro
(310), Antígono tomó el título de basileus (306),
iniciativa en la que le siguieron, para no ser menos, los restantes
diadocos. Cinco soberanos y otros tantos reinos: era el acta oficial de
defunción del imperio de Alejandro Magno y de la dinastía de los
Argéadas.
En el campo de batalla de Ipsos (301), frente a los cuatro diadocos
coligados, encontró Antígono la muerte y se derrumbó el pretencioso
edificio levantado por éste. Para siempre quedo enterrada en la
historia política del heleismo la idea alejandrina de un imperio
universal, imponiéndose el principio de equilibrio de potencias y
coexistencia entre los nuevos estados monárquicos. Casandro conservó
Macedonia; Lisímaco añadió a Tracia toda el Asia Menor hasta el
Tauro; Seleuco halló una salida al mar para su reino iranio-babilonio
en el norte de Siria; y Tolomeo se afianzó definitivamente en Egipto,
además de la Cirenaica y Celesiria. Pero aún debería transcurrir un
cuarto de siglo hasta la definitiva estabilización de los reinos
helenísticos, en el 276.
A su padre había sobrevivido el osado Demetrio Poliorcetes, voluble y
errático, que mantenía el dominio del Egeo gracias a su flota, con un
pie en Asia y el otro en Europa. La inesperada muerte de Casandro (298)
y los problemas dinásticos de Macedonia ofrecieron al Antigónida la
oportunidad de realizar el sueño de todos los diadocos: sentarse en el
trono del país de sus mayores. En el 294, tras deshacerse de un hijo de
Casandro, Demetrio fue proclamado rey por la asamblea del ejército
macedonio. Como señor de Macedonia y Tesalia, de gran parte de la
Grecia central y del Peloponeso, y como jefe de la Liga Nesiota
(egeo-isleña), era el monarca más poderoso de Europa, junto con el
soberano siciliano Agatocles. Gran general, pero mal político, su
gobierno se hizo impopular tanto en Macedonia como en Grecia, y la
carrera del Sitiador tocó a su fin cuando los reyes vecinos,
Pirro del Epiro y Lisímaco de Tracia, reaccionaron conjuntamente contra
sus agresiones anexionistas. Ambos se repartieron el territorio
macedonio (287), mientras que Demetrio se armaba de coraje para intentar
una nueva aventura conquistadora en Asia Menor, hasta caer y acabar sus
días prisionero de Seleuco (286-83).
El dardo de la ambición alcanzó ahora al viejo Lisímaco, el gran
beneficiado de la desgracia antigónida. Expulsó de la Macedonia
occidental y Tesalia a Pirro del Epiro - quien poco después
emprendería su famosa campaña en Italia como debelador de los
romanos-, con lo que la influencia del mnarca helespóntico se proyectó
desde el Tauro, en Cilicia, hasta el interior de Grecia. Una tenaza que
asía casi todo el Egeo y que rompía el equilibrio internacional
resultante de Ipsos. Complicaciones dinásticas y sucesorias, que se
harían tan frecuentes enlas casas reales helenísticas, vinieron
entonces a debilitar la posición de Lisímaco en Asia Menor.
Aprovechando la situación, Seleuco invadió estos territorios y venció
en Curupedion a Lisímaco, que pereció en el combate (281). Seleuco no
pud sacar partido de esta ventaja, porque, tan pronto como puso pie en
suelo europeo, cayó víctima del puñal asesino de Tolomeo Cerauno,
hijo postergado del monarca egipcio y aliado del rey babilonio hasta que
se consideró traicionado por éste.
El ejército de mercenarios proclamó a Cerauno rey de Macedonia,
mientras que Antíoco I, hijo y corregente de Seleuco, conseguía
asegurarse la sucesión en el solar originario de la dinastía: el Irán
y Mesopotamia, incluyendo también el norte de Siria. Pero Tolomeo
Cerauno pereció en el 279 en la oleada invasora de los celtas que
alcanzó la Grecia central y después iniciaría un movimiento de
reflujo en dirección a Asia Menor. En la inestabilidad política y
militar subsiguiente que se abrió para Macedonia, Antígono Gónatas,
el hijo superviviente de Demetrio Poliorcetes y nieto de Antígono
Monoftalmo, logró hacer reconocer su soberanía en esta tierra
ancestral y arraigar para siempre a ella a su dinastía (276).
Hasta la irrupción de Roma en el Mediterráneo oriental, quedaban así
configurados los tres reinos que dominarían la escena internacional en
época helenística: el Egipto tolemaico o lágida (fundado por Tolomeo
Lago), el Asia seleúcida (unida desde el Irán hasta Siria por Seleuco
I) y la Macadonia antigónida (realmente organizada por Antígono
Gónatas). A su vera, no obstante, otros Estados y constelaciones
políticas en Grecia y Asia Menor, se asegurarían una relativa
independencia.
Con el advenimiento de Tolomeo II (283-246), Antíoco I (281-261) y
Antígono Gónatas (279-239) se inició el período de auge y equilibrio
entre las potencias helenísticas, que sólo alteraría la intervención
directa de los romanos a partir del 200. En Asia Menor pronto se
tallaría un espacio político independiente en torno a la ciudad de
Pérgamo con la sinastía de los Atálidas, fundada por Eumenes I
(263-241) y, sobre todo, Atalo I (241-197). En el Egeo la república
talasocrática de Rodas conocería días de esplendor, mientras que en
la vieja Grecia, bajo la férula de los monarcas macedonios, sólo
cabría anotar la emergencia de dos estado federales que jugaron un
cierto papel de relieve en el concierto internacional: el koinón
etolio y, en menor medida, el koinon aqueo.
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